La calurosa tarde rosarina no podía ofrecer un comienzo mejor de partido para los que llegamos desde Buenos Aires. El Arse, nuestro Arsenal, madrugaba a la lepra y Calderón mediante le asestaba una puñalada letal.

Simplificó el resto del trámite del encuentro ese comienzo de Arsenal. Se asentó en el mediocampo, cerró sus defensas, presionó hasta ahogar a los mejores elementos del conjunto de Gallego (léase Patiño y Rosales) y acrecentó la ansiedad e incertidumbre de todo Parque Independencia.

El esquema resultó casi perfecto, con dos marcadores centrales atentos, con laterales impasables y con cuatro volantes incansables, además de todo lo que aportaban en lucha y desgaste los dos delanteros Apenas faltó precisión de tres cuartos de cancha para adelante para aumentar con algún contragolpe.

Se fue el primer tiempo y nos ganó la satisfacción. Pero nos imaginábamos la que se venía desde el inicio de la segunda etapa. Y sucedió lo temido. Ingresó Silvani y se adelantó masivamente el local, Arsenal se retrasó instintivamente y Limia se convirtió en figura al tapar un par de pelotas de antología, aunque a los 10’el colombiano Vázquez en posición adelantada logró el empate.

Siguió con el dominio del campo y el manejo del balón Newell’s, pero de a poco la visita recompuso sus líneas, movió un par de piezas y terminó el partido mejor parado que el rojinegro y con alguna posibilidad de convertir que no fue por falta de decisión en los metros finales.

Un penal no cobrado de Gandolfi a Cafasso y una patada criminal de Aguirre a Gómez merecedora de expulsión que le costó una lesión al de Arsenal, completaron el partido y la floja tarea del árbitro Gabriel Brazenas.

Justo empate y lo más importante: el retorno de la mística de cara a los tres partidos claves que se vienen...